“¿Qué ha sido de Dios?”
Fulminándolos con la mirada agregó:
“Os lo voy a decir.
Lo hemos matado.
Vosotros y yo lo hemos matado…”
– El Loco, Friedrich Nietzsche
Nada desaparece. Nada se destruye. Los restos de la civilización cuentan historias de la soledad. Susurran secretos de almas divinas. Gritan colores de silencios sagrados. El ojo del artista siente lo que fue. Su corazón, respira lo que es. La experiencia de Daniel Franca (Sevilla, 1985) es un disparo certero a su conciencia y raciocinio. No ha existido nada igual en su realidad. Atravesando los bordes, los límites, el horizonte más allá de las orillas de tinieblas del pasado, la visión cruza el espíritu del presente. La civilización no ha desparecido. Lo real y lo imaginado conviven en el mismo plano. Lo bello. Lo sublime. Lo romántico. La mirada que observa para luego representar. La visualización de la ciudad, latiendo en los recuerdos del pintor, vibrando hasta grabarse, candente. Hiriendo la propia percepción. El germen de la obra subyace en la corteza de la memoria. Y así, haciéndose la idea, se desarrolla como brote que crece en el interior del subconsciente creativo.
Hampi se convierte en la cristalización de la experiencia de Daniel Franca, entropía viva. Una implosión ambiental, corporal y emocional, que estalla al exterior en un desfile de colores suaves e intensos a la vez, sutiles y volátiles, como la fuerte soledad que resbala por los muros de los edificios aislados de la realidad del mundo. La temperatura de la ciudad se puede contemplar. Sus pinturas son pequeños viajes sensoriales a través de la emoción de lo vivido, cruzamos cada lienzo para palpar el silencio, el placer del descubrimiento personal, de la meditación, de la profundidad.
La imposición de la naturaleza se antoja algo inevitable. Se presiente en cada una de las obras de la exposición. Un retorno irrevocable a lo salvaje. A lo misterioso. Casi metafísico. No existe una negación de la civilización, al contrario, está presente de forma decadente. Rezuma la degradación de la civilización, pero no su desaparición, sino su sometimiento. Solo quedan los edificios aislados. Templos solitarios y vacíos, como sepulcros, como mausoleos donde una vez hubo dioses. Está la existencia de la construcción sagrada, pero el vacío de dios. Existe su ausencia. Solo quedan huellas. Dios ha muerto.
El vacío no es otra cosa que la ausencia de aquello que lo que lo llena. La civilización se rinde al triunfo de un nuevo orden. El dominio de la naturaleza es una realidad. Hampi: Ciudad de la Victoria.